EL VALOR DE LA CRÓNICA Y LAS VOCES DEL DEPORTE MEXICANO.

POR GEORGINA GONZÁLEZ

Geo González, Como Se Le Conoce Mejor En El Ambiente Deportivo, Es Una Comentarista Que Recurre Al Humor Y A Juegos De Palabras Para Realizar Su Labor De Una Manera Entretenida, Con Espléndida Imaginación. Es Comentarista Deportiva En Tudn, W Radio Y Así Las Cosas. Conferencista Y Loguera En Animal Político.

¿Han sido los hombres los únicos protagonistas de las historias? ¿Deben ser ellos quienes cuenten las historias? Es obvio que la respuesta es no, sin embargo,durante siglos la respuesta fue sí. Así ha sido en guerras, conquistas, descubrimientos, política, música, pintura, escultura y un largo etcétera de la historia de un mundo, que pareciera haber sido habitado sólo por hombres como los grandes protagonistas. En la narrativa de la historia ha tardado mucho en darse crédito, lugar y visibilidad a las mujeres. Eso se atribuye principalmente a dos cosas: el sesgo cultural, para que las mujeres no participaran de ello y que en la crónica, la voz cantante la llevaba el hombre para el hombre. La balanza inició y permaneció ladeada hacia lo masculino, impulsada por la cultura machista, incluso la religión, “mandando a la banca” la opinión de la mujer, que perdía validez, credibilidad, peso y por lo tanto aceptación. El acceso al conocimiento, a la educación, quedó ladeada de igual manera. En pocas palabras, la historia se comenzó a contar mayoritariamente, sin la narrativa y presencia de la mujer. Limitándose su participación sólo en lo familiar, muy en corto y para ciertos temas, creándose una inercia difícil de contrarrestar.

Pero no imposible, porque no olvidemos ni por un segundo, que en el esquema táctico de la humanidad, ¡las mujeres somos grandes contadoras de historias! Y no sólo eso, somos grandes tejedoras, tejemos redes que comunican, que ayudan, que envuelven y contienen, pero tambien que impulsan, como gigantesco tombling para que las cosas cambien. Costó sangre, sudor y letras conquistar el derecho a ser parte de la narrativa, como personajes y como voz cantante.

La política, la cultura, el arte, la música, la historia, la ciencia y la poesía comenzaron a ser narradas con la imprescindible óptica, participación y vivencia de mujeres. A mí particularmente me fascina la historia de Sor Juana, es el ejemplo ideal de quien encontró la manera de ser parte del conocimiento, de la educación, de la narrativa y de la historia. ¿Su estilo? ¡Poético sin duda!

El deporte, sin embargo, ha tardado más y es que, como señala Marina Catañeda, culturalmente el deporte se convirtió en una trinchera machista, esa donde “el hombre debe probar que es hombre”, donde lo débil, las lagrimas, no caben..

Basado principalmente en el uso de la fuerza y el impulso de la resistencia al dolor, como símbolo único del valor, es que el deporte mantuvo su unilateralidad, en la práctica y por lo tanto en la crónica.

La mujer no cabía en el deporte y eso fue desde el inicio, con los griegos, que no permitían a las mujeres no sólo practicar deporte, ni siquiera podían verlo. Cabe mencionar que en aquellos antiguos tiempos los atletas competían desnudos. Cuando llegaron los juegos de la era moderna el Barón Pierre de Coubertin, volvió a “golear al género”, el llamado padre del olimpismo moderno prohibió la participación de la mujer en el deporte.

Afortunadamente hay “Sor Juanas” por doquier, y en los segundos Juegos Olímpicos de la era moderna, ya las mujeres competían. Sin embargo no se pudo establecer una racha ganadora, ya que a pesar de ser ellas protagonistas de las historias deportivas, aún no eran ellas las encargadas de narrarlas. Sin embargo, era claro que “el último out estaba lejos de caer” porque, justamente, la incursión en la práctica del deporte, fue lo que comenzó a fraguar el cambio, se abría una rendijilla, para que la mujer fuera parte de la crónica, para que la voz de la mujer en el deporte tuviera eco, peso, y por lo tanto credibilidad.

¡A tejer se ha dicho! La atleta, la protagonista sería la encargada de platicar su historia, sin embargo no fue lo equitativo que debió ser, porque la opinión, la pregunta, la entrevista, la narrativa, seguía siendo de ellos y se nos volvió a ladear la historia. Las crónica sobre ellas tendía hacia lo estético, emotivo y dulce mientras lo de ellos era épico, heroico, ejemplar.

Pasó mucho tiempo, más de 50 años quizá, para que en los deportes asignados a “lo femenino” la voz de la mujer comenzara a tener cabida. Deportes como gimnasia, nado sincronizado, abrían las primeras posibilidades de escuchar a la mujer en la crónica con autoridad y credibilidad, pero seguía siendo un poco de lo mismo, de las mujeres y sus deportes, que hablen las mujeres, eso sí, siempre guiadas, como ancla principal un hombre, en algo que ahora llamaríamos mansplaining o el “micrófono guía”. El que decía cuando hablar.

Los espacios se abrían, sí, pero muy condicionados, muy a cuenta gotas y cuenta notas.

Fueron abiertos desde una perspectiva sexista, su posicionamiento debería tender más hacia el atractivo visual, objetivizando completamente a la mujer dentro del ámbito de la comunicación y periodismo deportivo. Eso lejos de abrir el espacio, lo desvió hacia un callejón sin salida, fomentando el estereotipo, es decir, la presencia de la mujer debía cumplir con los estigmas de esteticidad, alejándola de la credibilidad. El “calladita te ves más bonita”, que le llaman.

La resistencia de quienes han controlado la narrativa deportiva ha sido mucha y muy prolongada, convirtiéndola casi en “el crimen perfecto”, es decir, hacer periodismo y crónica deportiva para hombres, hecho por hombres. ¿Cuándo entonces podría romperse el círculo? ¿Cuándo, si desde lo editorial, comercial y deportivo, el deporte estaba orientado hacia la audiencia varonil, podría entrar la voz de una mujer, hablando de lo que sólo al hombre “en teoría” le interesa? Y peor aun ¿por qué permitirlo? Era como si de pronto en los jueves de dominó, una mujer se sentara a hacer el cuarto, cerrara el juego ganando la partida y se le diera el crédito de haberlo hecho a propósito, porque sabía que “el cierre a blancas, habiendo salido la mula de unos, no se pierde”.

¿Cuándo, si en la cultura y educación familiar son los hombres quienes practican deporte y lo consumen en la tele? ¿Cuándo si el control de la tele, el lugar privilegiado en el sillón no era de ellas? ¿Cuándo si la labor de la mujer es satelital, girando alrededor de esto, a veces de chofer a la práctica del fut, o de proveedora de viandas o gestionando y asumiendo la convivencia familiar en torno a esto? ¿Cuándo si en los medios sólo en 3% del contenido es sobre deporte femenil? ¿Cuándo si las propias mujeres, no veían en el deporte el medio para empoderarse, ni la convicción para ser parte de..?

Parecíamos volver a estar con la cuenta en tres y dos en la última entrada. Pero es aquí donde el deporte actúa con su increíble magia y sus súper poderes, es decir, sus valores, sus épicasconquistas, su formativo andar, es universal, para hombres y mujeres por igual. Y así poco a poco las redes volvieron a tejerse, las mujeres pasamos de ser sólo porristas a ser unas protagonistas y de ahí cronistas. Porque lo que sigue después de vivir una experiencia es contarla. Y créame, nadie se resiste a una buena historia.

La mujer es la gran contadora de historias, desde el “érase una vez”, hasta el “colorín colorado”, pasando por la bruja mala, el ogro, el héroe, la villana o el árbitro. No es justo, no es ético,no es equitativo, ni humano, dejarla fuera de la crónica del deporte cuando es parte de la crónica de la vida. No se trata de comparar quién cuenta las mejores historias, si hombres o mujeres, se trata de que nadie se quede sin la oportunidad de escuchar las más variadas crónicas. Porque el mundo es diverso, en él estamos ambos y en él, así como en el deporte, cabemos todos.

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