UN GÉNERO RADIOFÓNICO

POR JAVIER GARCÍA-GALIANO

Una De Las Mejores Voces De La Narrativa Mexicana. Autor, Entre Más De Doce Títulos, De “Hambre De Gol: Crónicas Y Estampas Del Futbol” En La Editorial Cal Y Arena

Entre aquello que ha deparado el juego, las narraciones radiofónicas no parecen lo menos memorable. Surgieron naturalmente y, acaso sin proponérselo, se convirtió en un género peculiar que transmigró a la televisión y terminó por conformar el juego.

“¡Aaaarrancan!” es la voz emblemática del Hipódromo de las Américas que anuncia el principio de cada carrera de caballos. Su invención se atribuye a Jorge Sonny Alarcón, pero hay quien cree que fue hallazgo de Alonso Sordo Noriega que, según Heriberto Murrieta, fue el primer mexicano en narrar un partido de polo desde el Campo Marte y una carrera de caballos desde el Hipódromo de las Américas, donde una narración escueta, meramente informativa, es más que una acoltación a esa admirable exhibición hípica, que sin esa narración sobria podría parecer incompleta. Esa voz se mantiene asimismo como una referencia popular.

También la narración radiofónica de los juegos de beisbol ha contribuído a su épica. “El Rey de los Deportes”, ha escrito Francisco Hernández, “ligado para siempre a mi infancia y a mis sueños de ser pelotero profesional, es mucho más que un juego, es un len - guaje y un refugio para la creación de lenguajes. Lo que en Cuba se conoce como chocolate, ¿cómo se llamará en Italia o en Corea?” En “El beisbol también es un juego de palabras”, Francisco Hernández no puede dejar de citar algunas frases recurrentes del Mago Septién como “el beisbol es un drama sin palabras, un ballet sin música y un carnaval sin colombinas” o “¿qué sería del beisbol sin los ampayers? Una forma insensata de correr las bases”.

Pedro Septién sabía que el beisbol también es invención. Se dice que le decían el Mago porque alguna vez narró en la radio un juego completo que, al día siguiente, los oyentes descubrieron que sólo había existido en su imaginación. Sin embargo, Jorge Manuel Hernández, que coincidió con él en la XEX, sostiene que “le decían el Mago porque era un suertudo jugando a las cartas al jugar dinero, fue un gran tallador de cartas, se inició de croupier. Y en la época en la que él vivió de casinos y cabarets, estaba boletinado de esta forma: ‘Cuidado con Pedro Septién García porque es un mago para las cartas’”. Quizá por eso, cuando Septién empezó a trabajar en la XEW, Daniel Pérez Alcaraz lo llamó el Mago. Jorge Manuel Hernández también recuerda que “solía brindar una crónica en torno a un encuentro de beisbol en la radio cuando ya no había nada que narrar. Él inventaba momentos al aire cuando el jugador ya estaba ponchado o ya ni había jugada. Esto es, él seguía creando emoción a los seguidores de determinados equipos”. Conjeturo que anhelaba que el juego no se acabara, que fuera infinito.

Más que un narrador, Pedro el Mago Septién era un creador insólito de aforismos. No sólo por eso, en “La vida en el diamante”, Alberto Blanco concibió nueve poemas (Blanco sabe que no por azar, son nueve jugadores, nueve entradas, tres strikes, tres outs) cuyo principio son epígrafes del Mago Septién: “Sin los números el beisbol no tendría pasado ni futuro”, “pasan las generaciones y caen los ídolos”, “la jugada genial: un relámpago que se desvanece” y “no existen los quizás en el beisbol”, que es origen del poema VII, en cuyo verso final puede leerse: “Quizá no aprenderemos nunca la lección”.

Roberto Hernández Jr. comprendió que la narración radiofónica se había vuelto parte del juego y que podía incidir en él, por lo que imploraba con la vehemencia imperativa que acostumbraba para que los aficionados llevaran radios portátiles al Estadio Universitario de Monterrey, oyeran su crónica y, en ciertos momentos del partido, arengarlos para que reprobaran, por ejemplo, una decisión del árbitro.

Cuando José Canales contrató a Pedro el Mago Septién para transmitir en exclusiva los juegos de los Industriales de Monterrey, refiere Heriberto Murrieta, un periódico de Nuevo León imprimió que “la chequera de Canales se abrió para pagar el estratósferico salario que El Mago devenga. Resulta una incongruencia que un cronista obtenga más dinero que los mismos jugadores estelares que integran la franquicia”.

En Esse est percipi, una de las Crónicas de Bustos Domecq, Borges y Bioy Casares revelaron que el último match de futbol que se jugó en Buenos Aires sucedió el día 24 de junio de 1937, por lo que los estadios ya son demoliciones que se caen a pedazos. “Desde aquel preciso momento, el futbol, al igual que la vasta gama de los deportes, es un género dramático, a cargo de un solo hombre en una cabina o de actores con camiseta ante el cameraman”.

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