GRANDES MAESTROS

TEODORO CANO

PARA TEODORO CANO LÓPEZ ES CLARO: SU VIDA YA VENÍA MARCADA. UN INCIDENTE FORTUITO LO LLEVÓ DE TRABAJAR EN UNA IMPRENTA PEQUEÑA A CONVERTIRSE EN LO QUE ACTUALMENTE ES: UNO DE LOS GRANDES FORMADORES DEL PERIODISMO DEPORTIVO NACIONAL.

Tenía 19 años en ese momento, era 1955, y lo mandaron a conseguir clientes para la imprenta pues escaseaban, por eso se acercó al periódico La Afición. Seguidor de las columnas de Fray Nano y de muchos otros escritores del periódico, pensó que quizá necesitaran algo de una imprenta. En la recepción preguntó ingenuamente por el dueño y, a pesar de lo improbable, en efecto lo recibe el mismo Fray Nano. Del intercambio confuso entre el legendario periodista y Teodoro Cano, en el que el primero pensó que el joven frente a él le ofrecía su trabajo como fotógrafo y el segundo no quiso importunarlo al corregir el malentendido y aclarar sus intenciones de impresor, ahí, en ese lío, se abrió el resquicio hacia la carrera de Teodoro Cano según lo recuerda él mismo:

« Todo nace porque cuando era joven yo hacía mucho deporte, principalmente beisbol. Con el tiempo pasé a jugar futbol, pero el beisbol era lo principal. En los días en que no sabía uno para dónde dirigirse, se me ocurrió ir a La Afición, que era El periódico Rey de los deportes, como le llamaban en aquel entonces. En ese periódico fui a solicitar trabajo, porque yo admiraba mucho al director y dueño, don Alejandro Aguilar Reyes, Fray Nano, y a todos los que escribían de beisbol. Al futbol no le dedicaban casi nada, cosas muy pequeñas, aunque sí se escribía de ese deporte....

Ahí fui a pedir trabajo. El señor Fray Nano pensó que era otro señor Cano al que estaba esperando y me hizo pasar. Me presenté y me dijeron que esperara un momentito. Cuando pasé Fray Nano estaba corrigiendo una de sus columnas, que eran inmensas. Levanta la cara y me hace una señal para entrar, toca su chicharra, paso, me siento y me dice: “Permítame”. —Yo creo que se quedó pensando: Y éste ¿quién es?— “Dígame, joven ¿qué se le ofrece?” Mi respuesta fue: “Vengo a pedirle trabajo de offset”, que era algo nuevo a lo que me había estado dedicando, yo le iba a ofrecer eso. Entonces él se confundió, pensó que era para fotógrafo y me dijo: “Mi periódico es para leerse, no para verse, por el momento no tengo nada, pero déjeme su dirección”, porque no había teléfonos en abundancia en esa época. “En cuanto tenga algo le mando un telegrama y lo cito. ¿Sabe por qué lo recibí? Porque estaba esperando a un señor Cano y me llega un joven Cano”.

»Salí un poco decepcionado porque no había conseguido nada, pero a los tres días recibí un telegrama que decía que me presentara ante él. Fui nuevamente a la oficinas de La Afición y Fray Nano me dijo: “No tengo nada que ofrecerle como fotógrafo, pero tengo un puesto de telefonista en la recepción”. Acepté inmediatamente. Me emocionaba el hecho de que iba a ver a los que tenía como mis ídolos en la prensa, a todos los leía. Me mandó con su asistente para que me dijera cuándo me presentaba, que era al día siguiente. Me presenté y me puse en mi escritorio, con mi teléfono y mi bonche de periódicos de La Afición; cada que entraba un reportero le entregaba su ejemplar y sus recados, si es que había».

Esa afortunada confusión marcaba el inicio de su historia en los medios, pero la aventura apenas comenzaba. Teodoro Cano habría de sortear otras peripecias que le vincularían de manera permanente con la crónica deportiva: Veinte días después de iniciado su trabajo como telefonista en el periódico,una fractura en la mandíbula le abrió el paso a los sótanos de la redacción. Nuevamente sería su pasión por el beisbol lo que signaba su destino, él jugaba un partido cuando le ocurrió tremendo accidente que le dejó la boca inmovilizada, los médicos tuvieron que enganchar ambos maxilares para reparar la fisura.

«Un telefonista con la boca cerrada no iba a hacer nada. Fray Nano se rió de mí y me dijo: “¿Qué vamos a hacer con usted? Ya que está aquí con nosotros lo voy a mandar a corrección mientras se alivia”. En corrección era cuestión de seguir lo que escribían los redactores, al corrector le hacía una seña en el texto y él la enmendaba.

Su desempeño satisfizo las expectativas del director de La Afición, quien fue desarrollando cierta empatía con el joven Teodoro Cano. Se interesó por sus estudios y al encontrar que no era algo a lo que éste le dedicara tiempo, le dijo que había que corregirlo y que le mandaría algunos libros para leer:

»Me preguntó de qué me interesaba leer. Le respondí que de aventura y me empezó a traer ese tipo de libros, y yo tenía que hacer un resumen de esas lecturas. Luego me mandaban los cables, de donde tenía que extractar y hacer una nota con mi manera de pensar. Así me fui formando. De hecho, dejé la escuela y La Afición fue para mí como la universidad del periodismo deportivo. Luego empecé a hacer entrevistas pequeñas, hasta que Fray Nano me ascendió a la redacción y empezó a mandarme a reportear».

Aunque como él mismo asegura, seguía fervorosamente las crónicas beisboleras, ahí no había demasiado espacio para un novato. Necesitaba abrirse paso en un deporte que no tuviera tanta cobertura. Fue así como se especializó en el futbol y comenzó a ir a los entrenamientos, a buscar charlas con jugadores y con directivos, que en aquel momento no veían con buenos ojos que un muchacho se acercara a preguntar por el acontecer diario de las escuadras o que anduviese por ahí todo el tiempo a la caza de una nota. Poco a poco se ganó la confianza de la gente de futbol y eso le valió exclusivas que, sin su perseverancia no habría conseguido.

Recuerda Teodoro Cano esos inicios:

«Pasaron once años en La Afición, donde me formé ya como periodista de futbol. Era donde podía empezar. Al ver que todo era beisbol, empecé a agarrar cosas del balompié y así me fui interesando por este deporte».

Como periodista tuvo una formación excepcional. Creció al amparo de la generación de periodistas deportivos que literalmente vieron nacer el género en nuestro país y acompañó el paso de la prensa a la radio y posteriormente a la televisión, como testigo y partícipe de esa gran explosión del gusto de las audiencias por los eventos deportivos. De aquellos a quienes admiró señala:

«Al que yo leía mucho era a Alejandro Aguilar Reyes, Fray Nano; era un columnista sensacional. A pesar de que escribiera muy largo, escribía muy bien, sobretodo de beisbol pero también de box, todo eso lo leía. Y de beisbol también me acuerdo de Raúl Mendoza, hablando de La Afición, de Roberto Hernández, de Antonio Hernández, que era de box. Ya posteriormente conviví mucho con Tomás Morales, que era mi compañero de escritorio. Yo tenía un radio que me había dejado Fray Nano, donde encontraba onda corta para oír noticias de otros países, y poníamos música. A Tomás le encantaba la música guapachosa, cuando regresaba del beisbol siempre me preguntaba: “¿Hoy no va a poner mi música?” Tomás me dejó huella porque era muy profesional y un enamorado del beisbol. Creo que son gente que me ayudó mucho.

»Ahora, ya en el micrófono, recuerdo desde luego la alegría, la cosa genial de Ángel Fernández, porque no volverá a haber otro como él; a Fernando Luengas por su vozarrón, que era muy enojón pero ya a la hora de narrar era excelente; Roberto Hernández Jr. que lo admiraba yo porque narraba con gran pasión, y cuidado cuando hablaba de su equipo... cuando platicaba de sus Tigres era increíble. Don Agustín González Escopeta era la historia viva del deporte porque él narró toros, box, beisbol. ¡Ah! y El Mago Septién, no puedo olvidar al Mago, qué tipazo, la verdad. El Mago tenía unos sacos muy grandotes de los que sacaba sus libretas y te decía: “¿Qué quieres saber, chavo? ¿La serie mundial del ’36? El pitcher que abrió ese juego era tal...”, decía. Que sí, tenía su fantasía, pero lo llevaba escrito, llevaba libretas en cada bolsa y en otra bolsa traía chicles, siempre nos daba chicles, era una persona sensacional.

»Y yo convivía con ellos porque antes de iniciar sus transmisiones bajaba a la sección de deportes, como jefe, pasaba a ver si se les ofrecía algo y ya estaban preparados, no necesitaban nada. Y Jorge Sonny Alarcón era un tipo que siempre estaba enojado, pero ya era su manera de ser, en realidad era una persona excelente. A él lo conocí desde La Afición. Cuidado que alguien hubiera puesto un vaso y dejara huellas en su escritorio porque reventaba, aventaba las cuartillas y decía: “¿Quién se vino a sentar aquí?” Así era Jorge, pero como narrador era sensacional. A don Antonio Andere también lo conocí en La Afición. Grandes maestros, para mí ídolos».

Durante su etapa de formación, recuerda Teodoro Cano un momento en especial, en el que sintió graduarse por fin, ante los ojos de Fray Nano y Toño Andere: «Andere tenía un programa diario por la XEX, pero había que hacerle las notas con lo que platicaba ahí y agregarle otras que yo pescaba de la onda corta o de los cables que llegaban, sin robarme nada y cuidando siempre su estilo. Tuve que hacer las reseñas de los partidos de Andere, sin que me mandara nada, sólo escuchaba sus intervenciones durante la transmisión, porque también era narrador. De los comentarios que él hacía en la radio yo tomaba algunos apuntes y entonces buscaba la forma de escribir con su estilo. Así me escribí tres crónicas de Brasil, de Checoslovaquia y de España, y la del triunfo de Checoslovaquia la empecé con una frase que siempre utilizaba él: “El cielo nos oyó y las campanas son...” así seguí la crónica y narré el partido siguiendo las jugadas y anotándolas.

»Cuando llega Andere pide el archivo y se va. A mí me habían mandado a cubrir una conferencia, fui, hice la nota y al regresar vi que Andere seguía leyendo con sus lentes que le colgaban. No me dijo nada, pero sí habló con Fray Nano y con Roberto Hernández y ese día dieron órdenes de que me entregaran un memorándum en el cual me decían que ya podía firmar como redactor de La Afición, era mi graduación, porque sólo firmaba el nombre o firmaba abajo, ya cuando nos permitían poner “Redactor” ya estábamos del otro lado, había que seguirle luchando pero ya era algo. Un reportero, René Chambón, que era de box, me dijo: “¿Todo eso te mandó Andere?” Le dije: “No, si ves que no me manda ni telegrama”. “¿En serio?” “En serio”. “No, pues te echaste un diez: es Andere y no es otro lo que escribiste” “Bueno, menos mal”, dije. Pero yo lo que quería saber era la reacción de Andere, que al final fue buena».

Luego de su paso por La Afición, periódico fundacional de la crónica deportiva en nuestro país, vinieron nuevas oportunidades tanto en prensa como en radio para Teodoro Cano, quien ya estaba completamente volcado a cubrir el futbol. Fue entonces que lo buscaron de El Heraldo de México para que diera cobertura al Mundial del 1966 en Londres: «Ese era uno de los atractivos que me ponían para poder engancharme: llevarme al Mundial. Total, que ni fui al Mundial, pero sí me enganché con El Heraldo y ahí ya me fui proyectando».

Sin tener claro lo que le deparaba su nuevo puesto en El Heraldo y a pesar de no haber asistido al Mundial, en ese diario creó las bases de lo que serían en México las coberturas televisivas de eventos deportivos como las conocemos hoy, las que incluyen reporteros en varias zonas del campo, ex jugadores, comentaristas acompañando a los periodistas, un productor en jefe.

Así lo recuerda:

«Hacíamos viajes para cubrir eventos de la Selección Nacional, sobretodo, y nos íbamos desarrollando poco a poco, ampliando nuestro panorama en el ambiente futbolístico. En esos viajes veía yo cómo, por ejemplo, los brasileños tenían micrófonos atrás y en el centro de la cancha, y era un mundo de gente que salía a entrevistar y a alargar la transmisión, porque estaba lleno de comerciales. A mí se me ocurrió, con el jefe de deportes de El Heraldo, que podíamos hacer algo así y le fuimos dando forma, incluso ahí con una grabadora lo hacíamos al principio.

»Se lo llevamos a la XEW y nos mandaron con Raúl del Campo, un productor excelente. Probamos en el estadio Azteca. A mí me mandó al palco con don Agustín González Escopeta, y a los muchachos que tenía él y a otros reporteros que teníamos nosotros los mandamos a otros lados. Empezamos a trabajar eso y fui creciendo.

»Esa transmisión causó impacto, porque después, cuando Juan Dosal se retira —creo que después del Mundial de Chile de 1962— lo mandaron reportear a la banca, sentado con el entrenador y los jugadores. Él es pionero en eso, y nosotros pioneros en la cobertura detrás de la portería y en la cancha. Con el tiempo, con Raúl del Campo, me ligaron a Televisa por Radiópolis y llegó un momento en que empecé a estar muy conectado con la gente de la televisora, con Guillermo González, director de producción de noticieros y eventos especiales, cuyo presidente era Emilio Díez Barroso».

Durante su carrera tuvo que aprender sobre la marcha siempre, pero lo ha aprendido todo sobre el periodismo deportivo, no hay faceta que se le escape ni lección que haya reprobado, pues tuvo que amoldarse a las oportunidades que fueron presentándose. Su primer enfrentamiento ante los micrófonos representó para él uno de sus mayores retos, ningún ejercicio de respiración podría evitar el torbellino de emociones que representaba debutar a lado de una de las leyendas de la crónica deportiva: don Agustín González Escopeta.

«Sentía unos nervios que hasta me dolía el estómago. Yo decía: “Dios mío, que no diga tonterías”, me encomendaba a Dios y me costaba mucho iniciar, pero ya que iniciaba me encarreraba y hacía mi comentario. Me gustaba mucho analizar los partidos, ver los movimientos, los transmitía, decía cómo estaba jugando un equipo o el otro y por fortuna tenía yo acierto en la forma que estaba señalando. Raúl del Campo me decía: “¡Brujo! tú ya viste este partido”».

A fuerza de repetir el ejercicio,Teodoro Cano encontró la fórmula de narrar las jugadas con estilo propio y exquisitez particular, evitando los comentarios largos, observando con agudeza cada movimiento, manteniendo el ritmo del danzar del balón:

«Como yo le decía a los jóvenes: “Cuando estén frente a un micrófono tengan en cuenta que van a hablar un minuto, dos minutos, tres, media hora, no sabe uno en qué momento tiene que seguir y hay que prepararse para ello. La narración deportiva es como un electrocardiograma, puede empezar arriba y luego bajar, en el momento que baja un poquito la presión bajará, pero no mucho, luego trata de subirla, y si el partido va para arriba súbela, pero también vuélvela a bajar”. Eso le da un ritmo, lo fui aprendiendo porque a mí me gustaba oír continuidad en las narraciones, me gusta».

Vinculado con Televisa a través de la radio era casi obligatorio, por sus credenciales, el paso a televisión, sin embargo, todavía se resistiría durante algún tiempo, sobre todo porque estimaba demasiado su trabajo en El Heraldo y porque se rehusaba a transmitir frente a las cámaras, acostumbrado como estaba a la prensa y al radio:

«En 1972 ya me mandaron como parte del grupo de comentaristas, pero Díez Barroso puso una condición: “Nadie puede tener dos trabajos, o se dedica a Televisa o a sus periódicos”. Yo seguí en el periódico porque era lo mío y ya no pude debutar en el Mundial de Alemania, pero sí estuve dentro de los organizadores, de la programación de cronistas, junto con Memo González y todo su equipo. Estaba dentro de Televisa, pero sólo en radio. Me resistía a irme a televisión, hasta que un día Javier González, que era el brazo derecho de Emilio Diez Barroso, me dejó órdenes de que no programara radio, lo resentí, fui con Raúl del Campo y me dijo: “Pues habla con Javier, no sé qué lío traes con él”. Fui a hablar con él. “O estás con nosotros o en contra de nosotros, o te vienes o te quedas borrado”, me dijo. Acepté irme con ellos, empezar a salir en televisión».

Ya en Televisa, trabajó incansablemente para organizar la sección de deportes, que hasta entonces era un anexo de la sección de noticias. Se proponían formar una unidad de deportes que estuviera a la par de las ambiciones de los directivos de Televisa. Ese fue su encargo y tal como dice él mismo: “Dios nos ha dado todo y no lo da gratis”. Tuvo que hacer uso de todos sus recursos periodísticos y su esfuerzo. Ahí se rodeó de jóvenes promesas, y cuentan que los directivos de la televisora le preguntaban “¿Cómo va tu escuelita?”, debido a la temprana edad de la mayor parte de sus colaboradores; varios de ellos ahora son destacados periodistas deportivos de la generación que le siguió. Con ellos Teodoro Cano tuvo la generosidad de saber ser maestro y de transmitirles todos los conocimientos que hasta entonces había adquirido. Así recuerda aquellos años:

«Diez Barroso me dijo que quería que fuera para organizar lo que fue Televisa Deportes a través de los años, porque no existía una redacción así, de deportes, había reporteros como Juan Dosal, Toño de Valdés, Enrique Burak, Fernando Schwartz, Lalo Trelles —que empezó conmigo en El Heraldo— y otros muchachos. Formamos una redacción, funcionó y comenzó a crecer. Y de ahí, de esa redacción y de la formación de comentaristas, salieron varios que todavía hasta la fecha son figuras ante el micrófono».

Ahí en Televisa Deportes, uno de sus grandes aciertos fue la formulación de un programa, que como él dice, fuera capaz de encapsular todos los eventos deportivos de la semana en una hora, hecho con pura voz, sin conductores: Acción, un programa ya legendario en la programación de Televisa, que en algún momento tuvo el mayor rating de la televisión mexicana y que todo apasionado de los deportes ha seguido en algún momento. Esta capacidad suya para convertir un anexo de noticias en lo que hoy conocemos como Televisa Deportes, le ha consagrado como uno de los grandes dentro del periodismo deportivo y ha sabido regirse por una máxima: “El verdadero profesional debe ser excelente”.

La trayectoria de Teodoro Cano, quien también dejó huella en medios como la XEW, Tercer Tiempo, El Sol de México y el ESTO, le ha dejado grandes experiencias que atesora entre sus recuerdos (especialmente su cobertura de los Juegos Olímpicos de Moscú 1980 y el primer Mundial Juvenil, donde surgió Maradona, realizado en Japón) y ha demostrado lo que él mismo asume ser: un apasionado de su profesión.

Teodoro Cano encontró la fórmula de narrar las jugadas con estilo propio y exquisitez particular, evitando los comentarios largos, observando con agudeza cada movimiento, manteniendo el ritmo del danzar del balón. En Televisa Deportes, uno de sus grandes aciertos fue la formulación de un programa, que como él dice, fuera capaz de encapsular todos los eventos deportivos de la semana en una hora, hecho con pura voz, sin conductores: Acción, un programa ya legendario en la programación de Televisa.

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