VOCES DE AYER

MANUEL SEYDE

EN SUS COLUMNAS, COMBINÓ EL USO POPULAR DE LA PALABRA, CON UNA PROSA ELABORADA, A VECES CULTA. SARCÁSTICO, AGUDO Y DE UN ANÁLISIS PROFUNDO, LOS ESCRITOS DE EL JAROCHO, COMO TAMBIÉN SE LE CONOCIÓ, CONFORMAN UN BALUARTE DEL PERIODISMO DEPORTIVO MEXICANO.

El periodismo de Manuel Seyde ha sido calificado de ponzoñoso, hiriente e incluso innecesario, pero también como un periodismo imprescindible, delicioso, certero e irónico. Para comprenderle es necesario un ejercicio de memoria mínimo que nos haga remontarnos a sus tiempos: El auge del oficialismo, los años de esplendor del partido hegemónico que gobernó en nuestro país casi durante la totalidad del siglo pasado, la censura de los medios de comunicación como disciplina gubernamental —como protección del régimen y sus decisiones buenas o malas, pero que debían acatarse— y lo más grave: la autocensura de los activistas sociales, de los intelectuales y periodistas, como instinto de supervivencia en detrimento de su esencia, en tanto que opositores naturales a un régimen aplastante. Se puede o no estar de acuerdo con Manuel Seyde y sus columnas descarnadas, pero haber ejercido, como lo hizo, obstinadamente la libertad de prensa en ese ambiente, fue sin duda una expresión de valor y congruencia.

“LENTOS CON LA BOLA, CALMADOS EN LA DERROTA”...

Se le refiere como una persona un tanto rasposa, introvertido en cuanto que no comunicaba su vida a nadie ni dejaba transparentar su sentir íntimo. Alejado de la convivencia social, un poco ermitaño y privado, pocos le conocieron más allá del ámbito laboral. Esta misma cualidad le permitió decir en todo momento las cosas tal como las veía, pues no consideraba que debía guardar ninguna apariencia ni preservar la consideración de nadie. Ángel Fernández, que trabajó bajo su dirección en las redacciones del Excélsior, lo recordaba un tanto hosco al decir: “Quien no lea un libro a la semana, que ni se pare por la redacción”. Fue siempre un gran lector y una persona analítica por defecto.

Su nacimiento se da en el pueblo Paso del Macho, cercano a Orizaba y Córdoba, en Veracruz, un viejo municipio que servía de puesto de inspección de carruajes en la época colonial para todos aquellos que seguían la ruta del Puerto a la Ciudad de México, y donde hay un fuerte que tuvo algunas pequeñas gestas heroicas durante la invasión francesa de 1862. Su familia era de origen libanés, con un fuerte arraigo en la zona. Durante la revolución mexicana, fallece su madre. Embarazada y a punto de dar a luz, no pudo ser trasladada en tren a Orizaba, donde se encontraba el hospital, debido a las revueltas que en ese momento se suscitaban en la región, quedando huérfano de madre a temprana edad. De su origen veracruzano diría Seyde, que no era un orgullo ser veracruzano “pero sí un privilegio”.

Ya siendo un joven se involucra en la prensa local. Escribe para El Dictamen. Al casarse su padre por segunda ocasión, toma la decisión de mudarse a la Ciudad de México para realizar estudios universitarios. Ya nunca volvería a su tierra natal. Su abuelo, poseedor de acciones en el periódico Excélsior, le ayuda para entrar a trabajar en el rotativo. Cuando le ofrecen trabajar en la sección política, pues su familia tenía lazos dentro del mundo político, él se niega y decide entrar en la sección deportiva, pues creía era un campo nuevo que valía la pena desarrollar dentro del periodismo.

Posteriormente se convertiría en el director del área deportiva, donde daría forma a la especialización que se requería en el área. Ocurría a menudo que las redacciones deportivas en aquellos años eran una especie de sub-área de otras secciones, por lo que Seyde separó Deportes y lo dirigió con autonomía, poniendo su sección a la par de otras en cuanto a la calidad de sus artículos. Se mantendría en este cargo desde 1948 hasta 1976.

Aplicado de lleno en su trabajo, se le recuerda como un hombre dedicado a su intensa labor, metódico y entregado. Durante esos años en que la crónica deportiva estaba forjándose un camino, Seyde tuvo la oportunidad de viajar constantemente para cubrir eventos deportivos de todo tipo, desde campeonatos de box, hasta partidos de beisbol, y por supuesto de futbol, que fue el deporte en que se especializó.

Las contribuciones de Seyde al ambiente deportivo fueron muchas, unas más significativas que otras. Entre las anecdóticas, está aquella del mote de los Tiburones Rojos. Alguna vez en 1944, estando en Veracruz, los directivos del club de futbol local, le preguntaron qué mote le pondría al equipo. Él contestó que rojos por el color de su uniforme y tiburones por ser un equipo de asentamiento playero. Hasta la fecha los Tiburones Rojos del Veracruz, se llaman así, por invención de Seyde.

Con gran dinamismo, se hizo un miembro indispensable del Excélsior, un diario que durante varias décadas, sobre todo durante el periodo en que lo dirigió Julio Scherer, pudo presumir de haber sido el único medio de comunicación con integridad e independencia, pues constantemente se encontró en líos por ventilar asuntos de la política y vida nacional que otros medios de comunicación preferían esconder. Así, Seyde formó parte de esta avanzada periodística, pues el Excélsior vigorizó la vida política y cultural del país en un momento en que prácticamente nadie más lo hacía, por lo menos no con tanta visibilidad. Seyde trabajó por casi 50 años en dicho diario. Seyde se formó bajo la consigna de comunicar abiertamente su pensamiento y sus conocimientos del medio deportivo en su columna Temas del día, la cual seguirían con adhesión total los aficionados del deporte durante las varias décadas que se escribió, desde 1935 hasta 1983. Alfredo Domínguez Muro recuerda: «A Manuel Seyde yo lo leía desde los 8 años porque a mi papá le llegaba el Excélsior, yo lo admiraba mucho… Sus Temas del día eran extraordinarios».

Con una prosa lírica a ratos y mordaz en otros, acostumbraba someter a la opinión pública sus reflexiones sobre cada personaje del mundo deportivo, incluidos los directivos, que hasta entonces no estaban acostumbrados a que la prensa los cuestionara. De estilo ágil, supo imprimir cierta picardía a sus columnas. “Lentos con la bola, calmados en la derrota”, escribiría en algún momento sobre un equipo sin entrega.

La visceralidad con que decía las cosas tal cual las veía, se convirtió en un sello personal de Seyde. Sinceridad imprudente que eventualmente le traería ciertas consecuencias. Previo al Mundial de Inglaterra 1966, al enfrentar la Selección Mexicana de futbol a los ingleses en un partido de preparación, perdió en una escandalosa goliza por 8-0 ante la selección que más tarde durante la Copa Mundial celebrada en su país se coronaría como campeona del mundo ante la República Federal de Alemania, y que contaba entre sus filas con jugadores históricos como Gordon Banks y Bobby Charlton. Ignacio Trelles era el director técnico de la escuadra nacional que estaba conformada por jugadores como Antonio Mota, José Villegas, Isidoro Díaz, Ernesto Cisneros, Salvador Reyes, Aarón Padilla, La Tota Carbajal, Arturo Chaires, Enrique Borja y Guillermo Hernández entre otros. Al terminar el partido, la prensa se acercó a Alf Ramsey, el técnico inglés, para preguntarle por sus impresiones del encuentro. Algo airoso y ciertamente arrogante, Alf Ramsey señaló que los rivales habían corrido como conejos asustados de un cazador experimentado.

Fue entonces que Seyde, retomando la analogía de Ramsey, escribió en su columna que más que conejos los jugadores mexicanos se habían comparado a ratones verdes, pues se había experimentado y ensayado con ellos, como si fueran ratones de laboratorio. De estas afirmaciones de Seyde se omitió más de la mitad, aquella que explica su comparación, en la que señala que se experimenta y ensaya con ellos. La otra mitad, ya sin contextualización, fue causa de profunda indignación. Seyde ya había hecho antes ataques contra los directivos del futbol mexicano, que veían en la Selección Mexicana un producto que vender a la afición del país, un espectáculo con el cual lucrar a costa del patriotismo.

Aquellos que supieron ofenderse muy bien por la analogía de Seyde, o por lo menos lo fingieron, no parecieron preocuparse de evaluar si había verdad en ella. En la Copa del Mundo de Inglaterra 66, México quedó eliminado en la primera ronda sin perder el decoro, pero sin salir a competir a las canchas. Su grupo estaba conformado por Inglaterra, Uruguay y Francia. Empató con Uruguay y Francia y perdió 2-0 en contra de Inglaterra. Fueron duramente criticados por haber salido a la cancha, en contra del anfitrión de la Copa, con una alineación plagada de elementos defensivos y con la clara consigna de no jugar más adelante de la media cancha en lo que fue una aceptación pública y deshonrosa de inferioridad, porque si bien hay de estrategias a estrategias, la de México fue no perder por demasiados goles, dejando a un lado la intención aunque fuera lejana, de ganar. Esta postura casi antideportiva, de rendirse sin haber entrado a la brega, no ofendió a nadie, pero si confirmó que Seyde guardaba algo de razón.

Aquel mote de Ratones Verdes, le ocasionó grandes problemas a Manuel Seyde. El gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, aquel que reprimió el movimiento estudiantil de 1968, le exigió que se disculpara, a lo que Seyde respondió que “jamás, porque él en su profesión podía decir lo que se le antojara, que el deporte no es política, es actividad física”. Luego el gobierno forzó a lo que hoy conocemos como Televisa, a presionarlo y obligarlo a disculparse con la amenaza de que habría consecuencias. Se negó por segunda vez y las puertas que se había abierto en otros medios de comunicación aparte del Excélsior se cerraron, quedando en calidad de paria.

En una época de complacencias, Seyde defendió a cabalidad su derecho a la libre expresión, aceptando las consecuencias nefastas que esto le trajo en el ejercicio de su profesión, tanto en su relación con el gobierno del país, como entre los mismos periodistas deportivos. Dice Francisco Javier González, refiriéndose a aquel apelativo animalesco, que es “el mayor anti mote que ha tenido cualquier equipo en la historia del futbol”. Y que nadie ha utilizado una expresión tan despectiva para describir a su propio equipo nacional. Ciertamente se trató de una expresión incómoda, pero si resultó de ese modo fue porque se trataba de una verdad, porque al margen de pequeños logros lo cierto es que aquella Selección Nacional no pudo figurar en el ámbito internacional.

Seyde dijo algo cierto: la selección no estaba para grandes vuelos a pesar de que el futbol fuese un juego tan querido nacionalmente. Esto contradecía la publicidad de aquellos que deseaban promocionar los partidos de la Selección Nacional de futbol, quienes vieron en los escritos de Seyde, un pecado cardinal, pero este, como enardecido por la represión de que fue víctima, nunca dejó ya de llamar Ratones Verdes al seleccionado nacional y se empeñó en mostrar la poca profesionalidad de los distintos sectores del futbol mexicano. En su libro La fiesta del alarido, relata una indisciplina de dos jugadores de la selección mexicana que días antes de enfrentar la Copa del Mundo de México 70, tuvieron una fiesta desbordada en Acapulco.

Años después, la selección mexicana enfrentaba las eliminatorias para el Mundial de Alemania de 1974. Cuando jugaban un partido fundamental para perseguir el pase a la Copa, perdieron 4-0 en contra de Trinidad y Tobago, después de una conocida parranda. Algunos jugadores mexicanos adujeron haber sido víctimas del vudú, ya que éste se practica con regularidad en las islas caribeñas. Ante esto, Seyde escribió: Ahí está el futbol inventado por los gacetilleros y merolicos, encuerado, con las greñas tensas, en el centro del estadio Sylvio Cator mientras la gente de aquel rumbo saluda la victoria de Trinidad y Tobago, absoluta, rotunda, límpida, por 4-0 sobre los ratoncitos que por un instante se convirtieron ante los indefensos morenos de Antillas, en súperratones para descender anoche hasta el nivel del pasto. El equipo al que inevitablemente tenemos que llamar nacional, y que con el nombre de México ingresó en las sombras de una derrota vertical, ni planteó jugadas, ni impuso sistema, ni realizó un 4-2-4, y ni siquiera defendió valerosamente su puerta; para estos ratoncitos el peinado es primero. Su dinero les costó en el salón de belleza. En medio de una derrota desastrosa, ni un leve episodio de grandeza. Cayeron los ratoncitos ante Trinidad y Tobago, como caen en las ratoneras domésticas en donde les colocan un poco de queso para hacerlos llegar. Me parece ver ahora, mientras escribo estas líneas, el derrumbamiento de una organización hueca y sin ideas. Un futbol es, generalmente el reflejo de su organización y esta que padecemos, ya lo dijimos, pero vamos a repetirnos, es de exhibicionistas… y todos, en racimo, no tienen la menor idea de cómo debe conducirse una organización… Un chambista del futbol metía anoche el hombro, sin pudor, en el Canal 13 mientras los ratones eran degollados y trataba de ponerle paños calientes al estrepitoso fracaso. He ahí el funcionamiento de nuestro futbol. Eso es todo: decir mentiras y tratar de engañar a la gente. La frustración es general. Nos alcanza a todos y nos apena, y lo hace pensar a uno que, en ciertos casos, los equipos de futbol no deberían ser, tan fatalmente como en este, la representación de un país en una contienda deportiva. El 4-0 es lo de menos, lo patético es que, envueltos por el remolino de un adversario más pujante, los ratoncitos no tuvieron el menor rasgo de heroísmo, y su conformidad ante la derrota fue acentuándose a medida que el partido avanzaba hasta entregarse… Trinidad y Tobago… Esa es la potencia que encueró a los ratoncitos producto de una organización podrida. Ahora, todo se ha perdido, menos la guitarra. También fue Seyde quien describió los complejos del jugador mexicano, con un apego enfermizo por su tierra, con mala preparación física y técnica y un complejo de inferioridad con los que no se podía ganar nada. La selección va a los mundiales a foguearse, decía Seyde.

La historia ha dado la razón a Seyde. Las críticas hacia la Selección Nacional de futbol, y todo su entorno, son las mismas que hizo el escritor veracruzano hace más de medio siglo, con la diferencia de que hoy se han convertido en lugar común. En algún momento, uno de los jugadores más representativos de la selección de futbol de Italia, Gianluigi Buffon, dijo de la Selección Mexicana: “México es la muñeca fea, nadie quiere jugar contra ellos en una Copa del Mundo, pero sabemos que no van a pelear el título”.

La opinión de Seyde está en concordancia con la de cualquier observador objetivo. Aún estamos a la espera de que el futbol mexicano tenga una organización sólida que privilegie la formación de jugadores y el desempeño deportivo y no los márgenes de ganancia económica. Aún estamos a la espera de que los futbolistas que portan la playera nacional dejen a un lado las banalidades, actúen profesionalmente, suspendan las parrandas en aras de su preparación y se entreguen consistentemente en el campo ya sea que salgan victoriosos o perdedores, en lugar de que brinden esos destellos intermitentes que a ratos ilusionan injustificadamente al aficionado. En lugar de eso, los defectos que Seyde señaló en la selección mexicana parecen haberse enquistado en la misma, como carta de presentación.

Educador y formador de una escuela de cronistas deportivos, Manuel Seyde fue conocido como el Maestro entre aquellos que trabajaron bajo su estricta supervisión. Obsesivo con su preparación se cuenta que a menudo se le encontraba hablando solo mientras repasaba alguna entrevista que se encontraba a punto de realizar.

En sus columnas, combinó el uso popular de la palabra con una prosa elaborada, a veces culta. Sarcástico, agudo y de un análisis profundo, los escritos de El Jarocho, como también se le conoció, conforman un baluarte del periodismo deportivo mexicano. Enrique Krauze dijo de Seyde alguna vez: “El mejor periodista deportivo que ha tenido México”. Cubrió varias Copas del Mundo y Series Mundiales y fue ganador del Premio Nacional de Periodismo, además de haber ingresado al Salón del periodista deportivo en la CONADE.

Seyde se crió bajo la consigna de comunicar abiertamente su pensamiento y sus conocimientos del medio deportivo. Con una prosa lírica a ratos y mordaz en otros, acostumbraba someter a la opinión pública sus reflexiones sobre cada personaje del mundo deportivo, incluidos los directivos, que hasta entonces no estaban acostumbrados a que la prensa los cuestionara.

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