VOCES DE AYER

PEPE ALAMEDA

PEPE ALAMEDA LLEVÓ LA CULTURA TAURINA A LOS ENSAYOS Y A LA POESÍA. FUE UN HISTORIADOR LÚCIDO, UN ENSAYISTA BRILLANTE Y UN POETA INSPIRADO. AL MISMO TIEMPO QUE HABLABA CON VIRTUOSISMO, SUPO EDUCAR A UN PÚBLICO QUE MUCHAS VECES CARECÍA DE LOS CONCEPTOS APROPIADOS PARA ENTENDER LO QUE SUCEDÍA EN EL RUEDO.

Hombre de letras, antes que nada, estimaba primero que cualquier otra cosa, la poesía. Dicen que Pepe Alameda dormía a menudo en la sala de su casa para tener cerca una mesa donde apuntar los versos que pudieran visitarlo en el sueño. Otros escritores le reconocieron sin ambages el talento que poseía como literato y se admiraron de que el público general no le conociera por dicho don.

Es probable que las corridas de toros, su gran escenario, hayan nublado la oportunidad de destacar en lo que fue su gran anhelo. Su fama como narrador deportivo avasalló su carrera como escritor y llegó a causarle molestia no realizarse ni ser reconocido como tal. Tanto, que cuentan que por momentos quiso dejar las transmisiones taurinas para dedicarse de lleno a las letras, pero nunca lo hizo. Por más que anhelara la poesía de los libros, debía reconocerse también como cronista taurino, el ámbito que abarcó su vida entera y en el que tuvo una trayectoria que al paso de los años demuestra estar poblada por pasajes poéticos....

Nació en la ciudad de Madrid, con el nombre de Carlos José Felipe Juan de la Cruz Fernández y López Valdemoro. Desde su primera infancia estuvo muy vinculado al toreo, pues su familia se mudó a Sevilla, donde aprendió todo lo relacionado con la lidia. Durante su juventud, de vuelta en Madrid, frecuentó al famoso grupo literario de la Generación del 27, compuesto por algunos escritores de gran renombre como García Lorca, Luis Cernuda, Rafael Alberti o León Felipe. Es esos años publicó algunos ensayos y poemas e inició sus estudios de Derecho en la capital española.

Luego se desata la Guerra Civil y se acaba aquella vida. Los intelectuales de aquellos años estaban identificados con el bando republicano, que a la postre perdió ante el general Franco. Debido a los actos de represión y persecución en su contra, la mayor parte de estos intelectuales tuvo que exiliarse. A Pepe Alameda le pareció mejor ir a París e iniciar algunos estudios ahí. Viene luego un periplo por algunas ciudades europeas hasta que llega a Londres, desde donde viaja hacia el continente americano. Al parecer su destino original era Nueva York, sin embargo prefiere enfilarse hacia el sur y llega a la Ciudad de México en el año 1940.

Abrió una tienda de antigüedades cerca de La Alameda e inició su etapa mexicana. Se vinculó también aquí con grupos literarios donde entre otros, desfilaban intelectuales como Octavio Paz y Alfonso Reyes. Publicó algunos artículos literarios y en general intentó realizar esa ambición suya de convertirse en un poeta reconocido.

Sobre el nombre que se inventó para sustituir el suyo, existen algunas versiones diferentes entre sí, contadas por el mismo Pepe Alameda a diferentes personas. La primera es que hospedado en un hotel cercano al centro de la Ciudad de México, recorría a menudo La Alameda y que se le ocurrió tomar por apellido el nombre de tal lugar. La segunda hace referencia a que fue en La Alameda, donde cerró algún negocio con éxito, de tal modo que creyó que dicho lugar era de buena suerte para él. Hay quien se remonta a La Alameda de Hércules, en Sevilla, para hallar el origen de su apellido y otros más proponen una amalgama de significados, en la que tanto La Alameda sevillana como la mexicana habrían servido de inspiración. Del nombre, tampoco hay mejor acuerdo en el origen. Se cita la admiración de Pepe Alameda por varias personas insignes de nombre José, pero lo más cierto es que escogiera su segundo nombre de pila como preferido. Como fuera, Pepe Alameda fue el nombre que quedó para la posteridad y no aquel extenso con que se le registró en España.

En 1941 un amigo, Agustín Reina, le pide que lo acompañe a un programa de radio de la XEB, al que estaba invitado. Entran ambos a la cabina y el locutor que transmitía en ese momento y que había invitado al amigo de Pepe Alameda, les pregunta su opinión sobre una corrida de toros reciente. El dueño de la emisora se entusiasma con los comentarios de Pepe, tanto que le ofrece un programa semanal sobre corridas de toros y que éste acepta, sin saber que ahí iniciaría una carrera de casi cincuenta años.

Hablar de toros era algo natural para él. Gracias a la cercanía que tuvo desde la primera infancia con la fiesta brava, a Pepe Alameda le resultó fácil aquella empresa de comentar sobre toreros. Cautivó pronto a las audiencias con aquel don de palabra que siempre le caracterizó y con el toque lírico que supo imprimir siempre a sus apuntes.

Ya con un público, pasó a la XEQ y luego a la XEW, donde transmitiría por varias décadas la sección taurina. También encontró un lugar en la prensa, en periódicos como el Excélsior, El Universal y El Heraldo, donde ingresó en los años 60, ya consagrado como un experto, y donde escribió por 25 años sus columnas Olé y Signos y contrastes. Hombre de excentricidades intermitentes, tenía la costumbre de iniciar sus columnas con la letra ‘S’, pues conforma el inicio de la palabra ‘Sí’. Afirmar es preferible a negar, decía, y por ende buscaba siempre el modo de iniciar con buen pie.

Sus columnas en la prensa mexicana se caracterizaron por apuntar a convertir el género periodístico taurino en género literario por su calidad editorial y la fina composición de los textos, a los que sabía adornar con tintes de su vasta cultura y en los que desarrollaba a partir de los hechos de una corrida, su prosa consumada. Entre quienes leyeron las crónicas taurinas anteriores a Pepe Alameda y las del español, hay consenso: las primeras eran meras relaciones de hechos; las segundas eran páginas de altos vuelos, pasajes a una cultura más amplia y destilada, que su autor ofrecía generosamente a quien se tomara el tiempo de leerlo. Un breve extracto de una de esas columnas, puede probar que, quienes han escrito sobre la grandeza de Pepe Alameda, no han mentido:

“Muchas veces hemos asistido en tardes grises a corridas luminosas y bajo cielos entoldados hemos tenido la suerte de contemplar faenas memorables. Pero el domingo pasado nos sucedió lo contrario. Había una luz sesgada, de iniciación de poniente, una luz de oro sutil, ligeramente rebajado, en la que las siluetas de los toreros parecían más airosas y más rico el bordado de sus trajes. Era como para iluminar lances definitivos, creaciones singulares. Y, sin embargo, no vimos nada de eso. En balde el oro fino del sol mexicano buscó por el ruedo como según cuenta la leyenda, buscaba Diógenes por el mundo. Este no encontró un hombre y aquél tuvo que ocultarse tras las montañas que rodean nuestro valle, sin haber conseguido alumbrar tampoco un momento de grandeza. No quiere decir esto que no hubiera en la corrida manifestaciones de arte y de valor. Pero indudablemente el conjunto hubiese estado más a tono con el gris de otras tardes que también por su parte hubieran merecido, mejor que la del domingo, aquella luz privilegiada que fue lo único en verdad bello que disfrutamos”.

Aún más, llevó la cultura taurina a los ensayos y a la poesía. Fue un historiador lúcido, un ensayista brillante y un poeta inspirado. A lo largo de su vida publicó varios libros con temática taurina que han llegado a ganar fama por la riqueza de sus reflexiones sobre el tema. Actualmente su bibliografía es obligada referencia en el tema taurino. Entre sus principales libros se encuentran: “El seguro azar del Toreo”, “Poemas al Valle de México y ensayos sobre estética”, “Disposición a la muerte”, “El toreo: arte católico”, “Los arquitectos del toreo moderno”, “Los heterodoxos del toreo”, “Crónicas de sangre”, y “El hilo del toreo”, que es su obra más conocida y la que mayor reconocimiento le ha ganado. De este último libro, dijo Alameda: “A fuerza de lidiar durante años con el tema de la historia del toreo, pieza por pieza, me di cuenta de que casi todos los intentos de concatenarlas resultaban en el fondo repeticiones de los mismos lugares comunes, historias muertas. De esa convicción nació este libro”. Y en efecto, dicha convicción le llevó a escribir una obra principal.

Su notable paso por la radio le abrió otras puertas. Escribió una serie de cortos, que se proyectaron en las salas cinematográficas del país, y tuvo en algún momento participaciones en el teatro. También llegó la invitación de Telesistema Mexicano, posteriormente Televisa, para que comentara las corridas taurinas cada tarde de domingo, hasta que la empresa canceló dichas transmisiones.

Aunque llegó a decir que “transmitir una corrida de toros por televisión, es lo más difícil que hay en toda la profesión de radio y televisión”, la verdad es que lo hacía con gran inspiración y fuelle, sin perder la capacidad poética de sus columnas. Construía ahí, al vuelo de lo que ocurría, historias sobre toros y faenas, como si fueran cuentos.

Al mismo tiempo que hablaba con virtuosismo, supo educar a un público que muchas veces carecía de los conceptos apropiados para entender lo que sucedía en el ruedo. Con él, los aficionados se hicieron conocedores al educar su capacidad apreciativa con las palabras y enseñanzas de El Maestro, como se le llegó a conocer unánimemente.

Cuentan que era común ver que la gente se reuniera en las cantinas o pulquerías de barrio para escuchar las narraciones de Pepe Alameda. “Un par de banderillas en todo lo alto, un pase de pecho bien realizado”, escuchaban mientras amenizaban la tarde los televidentes con alguna bebida. O “una estocada hasta la empuñadura”, se escuchaba decir al Maestro. O aquellas que hicieron historia y se quedaron como frases eternas: “Un paso adelante y puede morir el torero. Un paso atrás y puede morir el arte” y las más conocida de todas “El toreo no es una graciosa huida, sino una apasionada entrega”, que además está grabada en bronce en las afueras de la Plaza México.

Pepe Alameda supo adaptarse a la televisión ejerciendo siempre un periodismo cabal, pero que se alejara de lo hiriente y que ayudara a toreros y ganaderos a realizar mejoras convenientes en sus labores. Considerado en todo momento, trataba siempre de encontrar una fórmula adecuada para decir las cosas tal cual eran sin ofender la sensibilidad de nadie. Esto le ganó el respeto y la amistad de grandes personalidades del toreo, que lo vieron siempre como uno de ellos. Para disculparse un poco, decía Alameda que: “No sé que se me facilite más, si escribir o hablar. Yo hago únicamente lo que puedo. Lo que sí procuro es no hablar tan atildado como si escribiera, ni escribir tan desaliñado como si hablara”.

En la televisión llegó a compartir transmisiones con Paco Malgesto, un locutor taurino que también ganó fama y respeto entre los aficionados. Y aunque sus estilos y personalidades parecían contraponerse, lograron gran éxito juntos a pesar de nunca haber llegado a tener una gran relación personal.

Como cronista exclusivo de la cervecería Moctezuma, narró todas las corridas de toros en las plazas que tenía la cervecera. Transmitió también para la televisión española corridas en numerosas ciudades del país ibérico, y cubrió eventos en varios países sudamericanos. Considerado uno de los expertos mundiales del toreo, ocurría a menudo que empresarios de otros países le llamaran para consultar su opinión de erudito sobre si debían o no contratar a determinado torero o ganadería.

En la televisión, además de comentarista, fue presentador de programas taurinos, en los que presentaba a nuevos toreros, reseñas de corridas y algún que otro segmento cultural. Uno de estos programas fue Brindis Taurino, que le dio mucha fama.

En sus programas taurinos Pepe Alameda, se ayudó de la poesía en muchos momentos, para comentar algún video. De aquellos poemas queda alguno como el que dedicó a Manolete en algún momento, mientras podían verse los pases del genial torero en la pantalla:

Como puede resultar entendible, la afición taurina que siguió las transmisiones de Pepe Alameda, difícilmente llegó a contentarse con otro locutor. Quien lo haya admirado puede atestiguar que era una delicia escucharlo, por su vocabulario amplio, su dominio del lenguaje, cualidad casi anacrónica con la que forjaba una narración lujosa casi insostenible para un público general, y que sin embargo cosechó siempre halagos hasta la fecha de su muerte, el 28 de enero del año 1990.

Guillermo Leal, quien trabajó a su lado durante los últimos años y le aprendió todo del toreo hasta aquel fatídico día, lo recuerda como un hombre de gran carácter, férreo, derecho, firme, un hombre de una sola pieza:

«Yo recuerdo que un día llegamos por la noche al Bellinghausen, uno de sus restaurantes favoritos, luego de regresar de una corrida en Pachuca en la que triunfó César Pastor, un torero modesto en aquel entonces pero que ese día estuvo extraordinario. Ya estando en el restaurante, el Maestro Alameda me mandó a su casa por la máquina de escribir, por un diccionario de la Real Academia y por un libro del que ahora no recuerdo el nombre. Regreso y lo primero que me dice es: “A ver, la definición de cesárea”. Se la dí y me dijo: “apunta”. La crónica se encabezaba “Sentimiento cesáreo del Toreo” y empezaba diciendo que César Pastor, a través de una operación quirúrgica perfecta había dado vida a un nuevo César Pastor. Fue un hombre de verdad increíble. Yo te lo definiría en una palabra: un genio».

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