VOCES DE SIEMPRE

ALFONSO MORALES

ESE NARRADOR QUE APROVECHA SU PASADO EN BARRIOS POPULARES PARA COMENTAR CON DESPARPAJO AL MISMO TIEMPO QUE CON ADJETIVOS CULTOS, QUE DESCRIBE A LOS LUCHADORES DE MODO CASI CHUSCO A VECES, OTRAS HEROICO.

Las explicaciones en la vida de Gilberto Alfonso Morales Villela son difíciles de asir. Se escabullen entre los esfuerzos de compendio. ¿Cómo, un joven graduado de Psiquiatría se vuelca en narrador de boxeo y se convierte luego en una parte inherente de la lucha libre mexicana al transmitirla para la televisión, justo cuando su profesión, producto de arduos esfuerzos y estudios, comienza a rendir los frutos económicos que con tanto deseo anhelaba?

Su vida parece de esas que a fuerza de azares resulta inconcebible de otro modo. Quizá su vida como psiquiatra hubiese sido buena, cómoda, quién sabe. Pero nadie podría imaginarlo así, con bata, detrás de un escritorio o en un sillón cómodo escudriñando padecimientos mentales, aunque la calma con que habla al ser entrevistado lo muestra analítico, como a la espera de un signo delator, un resabio tal vez de su práctica psiquiátrica.Nacido en un pueblo del interior de la república, vivió una primera infancia rural, con carencias que obligaron a su madre a buscar mejores oportunidades, por lo que emigró junto con sus hijos a la Ciudad de México. ...

Su segunda infancia fue dura. Marcada por el atropellamiento de su hermana y su consiguiente fallecimiento. Tuvo que acudir al servicio forense para reconocer el cuerpo a petición de su madre. Ese evento cambió su vida, le hizo madurar precipitadamente.

También, durante esos primeros años en la ciudad, asistió a una escuela que atendía a hijos de madres trabajadoras, donde tenían una instrucción de corte disciplinario. Como él mismo lo apunta, llevó una vida infantil de sometimiento. De esa disciplina le quedó el hábito de la lectura.

Más adelante, ya en su juventud, se hace amigo del boxeador El Caluca Ríos, a quien acompañaba a entrenar a los famosos Baños Jordán, una de las mecas del boxeo, ubicados en aquel entonces en San Juan de Letrán, hoy Eje Central Lázaro Cárdenas, donde llegaron a entrenar múltiples campeones del pugilismo. Fue en ese lugar donde traba amistad con muchos boxeadores y donde aprende a observar este deporte, a describir los golpes por su nombre, a captar dentro del intercambio feroz de una batalla aquellos puños que aterrizan certeros.

En los Baños Jordán ocurrió lo que él llama su primer contacto con el boxeo. Al acompañar a El Caluca a su entrenamiento, lo observaba desde fuera del ring. Un hombre amenazante lo confundió con un sparring. Le dijo que había mucha necesidad de ellos y que le pagarían cinco pesos por round peleado, a lo que Alfonso Morales sólo respondía “No, yo no soy boxeador”. Pero aquel hombre, que resultó un boxeador también, insistió en hacerlo pelear a pesar de la resistencia de Morales, quien al verse arrinconado lloró. ¿Cómo llegaría a apreciar tanto ese deporte? Es otra de las cosas difíciles de explicar. Ejerció de médico psiquiatra por un breve tiempo y al parecer prosperaba económicamente. Apoyó a su madre en montar un pequeño comedor donde él también laboraba a veces. Sin embargo, su vida cambió, así, de la nada. De aquella etapa sólo sobreviviría el título de Doctor, como le conocemos todos.

El Doctor Alfonso Morales ha dedicado más de 35 años de su vida a la crónica deportiva. El inicio fue impensado, como muchos episodios de su vida: tenía por amigo a quien resultó ser hijo de Alonso Sordo Noriega, locutor y cronista reconocido, que a su vez lo presentó con Enrique Bermúdez Olvera —padre de Enrique El Perro Bermúdez—, también locutor y de hecho presidente de la Asociación Nacional de Locutores de México, quien le hizo un regalo de trescientos pesos para que presentara un examen de locutor. Luego, por recomendación de Bermúdez Olvera a Luis Carbajo, obtiene un empleo en Canal Once, donde comenzó comentando música clásica en 1970.

También accidentalmente, le toca cubrir una pelea de box, entre Carlos Palomino y Wilfredo Benítez. Ya nunca volvería a la música clásica, ni a la Psiquiatría, aunque tardó en hacerse a la idea o en darse cuenta de que había hallado una verdadera vocación. El mismo Doctor Morales ha declarado que el box y la lucha libre perjudicaron su vida profesional porque los pacientes al enterarse de que era el cronista deportivo ya no querían continuar con la sesión médica, sino que deseaban enterarse de los pormenores de luchadores y boxeadores.

En 1980 ingresa a Televisa para convertirse en el narrador deportivo que todos conocemos. Para comprender la relevancia del Doctor Morales hay que ponderar la importancia que posee el boxeo en México. Es un deporte especial para los mexicanos, que ha dado las victorias negadas en otros deportes, que ha llenado de orgullo y gloria a un país que es uno de los semilleros mundiales de pugilistas. Por su parte, la lucha libre mexicana es un espectáculo deportivo que genera atractivo a nivel mundial por lo mucho que posee de idiosincrático y folclórico y que la hace, en palabras del Doctor Morales, la mejor lucha libre del mundo. En Televisa fue un miembro infaltable en las transmisiones de box y lucha libre. Colaboró con Sonny Alarcón, El Mago Septién, Antonio Andere —a quien considera un verdadero maestro—, Eduardo Camarena, Roberto Sosa, Ricardo el Finito López, Arturo Rivera, entre otros. También se le reconoce como un formador de profesionales del ambiente deportivo. Decenas de funciones de campeonato en ambas disciplinas han desfilado bajo su apunte entretenido.

Su trayectoria también incluye medios radiofónicos y prensa escrita, escribe con regularidad en el diario Récord. Sin embargo fue en televisión donde hizo gala de su amplio conocimiento deportivo. En el programa Acción, que se transmite dominicalmente a través de Televisa, está el registro de sus acertadas observaciones y comentarios diligentes, además del recuerdo de sus extraordinarias narraciones que se valían del lenguaje más cotidiano para contar épicamente las acciones en el cuadrilátero.

“Iiiiiiimpresionante tope suicida”

El mismo Doctor Morales ha declarado que el box y la lucha libre perjudicaron su vida profesional porque los pacientes al enterarse de que era el cronista deportivo ya no querían continuar con la sesión médica, sino que deseaban enterarse de los pormenores de luchadores y boxeadores.

Amigo de luchadores, luchador principiante él mismo —pues le gustaba asistir al gimnasio de la Arena México a ejercitarse en los principios básicos del pancracio—, un ícono de la cultura mexicana. Ese narrador que aprovecha su pasado en barrios populares para comentar con desparpajo al mismo tiempo que con adjetivos cultos, que describe a los luchadores de modo casi chusco a veces, otras heroico, ese narrador estridente que extiende las sílabas o da gritos para hacer que su relato capture a la gente: “Noooo Magadán”, grita; “Iiiiiiimpresionante tope suicida”, describe el lance; “Termina la pelea por la vía del cloroformo”, acota cuando termina un enfrentamiento.

Ese Doctor Morales, también se describe a sí mismo, como un hombre que disfruta la soledad, caminar extendiendo sus recorridos, subirse al metro o a los camiones y llevar una vida pausada que le permita leer dos horas al día.

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