VOCES DE SIEMPRE

ARTURO RIVERA

ARTURO RIVERA ES EL ÁNGEL CAÍDO QUE NOS HA CONTADO LA HISTORIA DE LOS REBELDES DESDE SU TRINCHERA. COMO CRONISTA DEPORTIVO DEDICADO A LA LUCHA LIBRE, FORMÓ UNA MANCUERNA YA INOLVIDABLE CON EL DOCTOR ALFONSO MORALES.

La lucha libre es un microcosmos del mundo moral. El ring es un teatro en el que se libra la batalla de la humanidad. Ahí las fuerzas del bien se oponen a las del mal. Los rudos contra los técnicos. Unos buscan imponer el caos, otros restablecer el orden. Arturo Rivera es el ángel caído que nos ha contado la historia de los rebeldes desde su trinchera.

Después de la Copa Mundial de Italia 90, Televisa realizó audiciones entre sus locutores deportivos a fin de conocer si alguno era apto para transmitir la lucha libre. Entre los cronistas, muchos de ellos con gran trayectoria y renombre, únicamente cuatro pasaron la prueba demostrando madera para la encomienda, sólo uno fue elegido: Arturo Rivera García, a quien la afición de la lucha libre conoce como el Rudo....

«De ese casting nace la bella historia de una pasión que se convirtió más que pasión en mi modo de vivir, mi modo de ser. En mi manera de vivir es imprescindible la lucha libre.

»Siempre me gustó el deporte, como a mucha gente, pero llegué a la narración por accidente porque yo trabajaba en la radio comercial, presentando canciones de varias estaciones de una cadena». Así describe el Rudo su ingreso a la crónica deportiva: «Conocí una persona que era locutor comercial en el estadio Azteca para las transmisiones de radio y con él empecé a ir, hice amistad y eran tantas veces las que lo acompañaba que, como no tenía carro, se volvió un gran amigo. Me vio tanto la gente del grupo que iba, que un día faltó alguien, me metieron, les gustó, o no les disgustó más bien, lo que hice. De ahí empecé a trabajar con ellos y desde ahí se remonta mi carrera en la crónica deportiva, desde el año 1983 a la fecha.

Una vez que probó la narración quedó atrapado: «Se mete como un cáncer el micrófono. Yo estudié Administración de Empresas, de hecho soy licenciado en Administración de Empresas». Habría de dedicarse, sin embargo, a algo totalmente ajeno a la gestión propia y adecuada de entidades financieras y productivas. Hoy desmarcar al Rudo Rivera de la lucha libre resulta inaudito, sin embargo sus inicios no auguraban esa unión indisoluble.

Narró varios deportes, empezó con futbol en la radio y lo hizo durante muchos años. Como reportero cubrió varios equipos, «me tocó ser el que siguió al América, al mejor América que me ha tocado ver, también fui reportero de la Federación Mexicana de Futbol, cuando a México le dieron la sede del Mundial del 86.

Además, en el inter, se me atravesó el box, se me atravesaron los toros, se me atravesó cualquier cantidad de eventos como reportero».

Luego vino aquella audición inesperada y se encontraron con alguien que llevaba listo muchos años, debido a su gran afición por las luchas. Cuando le comentaron sobre la necesidad que había en la empresa por encontrar quien relatara los encuentros entre enmascarados, él dijo: «Oye, yo era muy aficionado, de joven fui demasiadas veces y me divertía como nadie».

Cuenta Rivera que de joven sobornaba al de la entrada o perseguía los eventos de luchas allá donde su ingreso como menor de edad estuviese permitido: «Me colaba a la Arena Pista Revolución, mi boleto era un billete de veinte pesos, porque no dejaban entrar menores de 18 años en aquel entonces, pero en el Estado de México sí, entonces me iba en ocasiones al Toreo de Cuatro Caminos. Siempre había un motivo para ir a la lucha libre, fui muchos años hasta que entré a la universidad y en el terreno laboral y no tuve tiempo de asistir».

Arturo Rivera se forjó como cronista deportivo demostrando su talento natural para cautivar a las audiencias. Siempre entretenido, dice ser un privilegiado por haber tenido la oportunidad de compartir micrófonos con muchos de los grandes locutores. De aquellos a quienes ve como sus maestros: El Mago Septién, a quien considera un verdadero genio creativo y para ejemplificarlo se refiere a esa famosa anécdota en que «no se jugó un partido por lluvia en Nueva York, pero como estaba patrocinado, él se fue al hotel y se inventó un juego de nueve entradas»; Ángel Fernández, de quien dice que fue el que hizo el primer intento por ser diferente; Sonny Alarcón, alguien a quien verdaderamente admiraba por la chispa que tenía, quien hacía de lo serio algo divertido, esa misma chispa con la que le jugó una broma la vez que se conocieron: «Cuando vi a Sonny por primera vez le hablé de usted y él me dijo: “Entre locutores y cronistas hablar de usted implica que pagues una botella de whisky y ya me debes una”. Yo me la creí, fui y se la compré», recuerda entre risas. Su cuarto maestro fue Jacobo Zabludowsky, quien formó periodistas televisivos de toda índole bajo un severo rigor.

Como cronista deportivo dedicado a la lucha libre, Arturo Rivera formó una mancuerna ya inolvidable con el Doctor Alfonso Morales, con quien dice, lo unió el destino para que estuviese con alguien con quien entenderse. Arturo Rivera y el Doctor Morales han construido sus propios personajes en la lucha libre, igual que cada uno de los luchadores, ellos también han creado un alter ego y deleitan a la audiencia con una narración que tiene semejanzas con un sketch en que el Rudo defiende las artimañas y las conspiraciones esquivas y alevosas del bando rudo, mientras que el Doctor Morales se queja de la competencia desleal al mismo tiempo que narra cada golpe, cada llave y cada vuelo desde lo alto de la tercera cuerda.

Esta narración novedosa inició, en palabras de Arturo Rivera, cuando él se dijo: «Entonces si hay rudos y técnicos, buenos y malos, ¿yo puedo ser rudo?», y, posteriormente, ya compartiendo micrófonos con Miguel Linares y Alfonso Morales, le dijo al Doctor: «Alfonso, esto se vuelve muy aburrido, porque todos le vamos al mismo y la lucha libre es dualidad, es espectáculo, es deporte».

Esta idea espontánea de Arturo Rivera surtió gran efecto en la narración, creó una fingida oposición fuera del ring y la trasladó a la mesa de los comentaristas. “¡Qué bárbaro, Rivera!”, decía el Doctor Morales, cada vez que el Rudo alentaba la trampa como un recurso válido y el Rudo insistía enardecido en su apoyo por los luchadores que no respetaban las reglas, divirtiendo así a las audiencias.

“Alfonso y yo, sin querer, marcamos una época, no lo buscamos, se hizo porque la lucha es un deporte que se presta. De ahí se arrancó un estilo que hasta la fecha prevalece. Yo sigo siendo el tramposo, el que justifica la trampa, que no ve lo que la gente ve, hago que me volteo hacia el norte cuando la bronca está al sur, en fin, todavía se vale en la lucha libre.”

Pero el papel del Rudo va más allá de los micrófonos. En algunas ocasiones se ha levantado de la mesa de transmisiones y ha subido al ring para actuar como animador que azuza a la afición, para apoyar a un luchador o para declararse rival de algún otro, para provocar a los réferis y a veces hasta para cachetear a un luchador sometido. Se ha convertido en parte del espectáculo, derribando la barrera que normalmente separa la transmisión del evento en vivo, y es que él se muestra contrario a ser demasiado canónico como cronista deportivo, como lo dice: hay que comprender que se vende un espectáculo.

En este sentido le disgustan los narradores demasiado orientados al aspecto técnico del deporte: «estoy muy en contra de que en una crónica estén dando estadísticas, ¡ah, qué flojera me da! Para mí es lo que está pasando, es el presente. No es que un jugador ha pateado veintidós tiros de esquina en los últimos catorce partidos. ¡Me vale! Dime qué está haciendo».

La lucha libre como él dice es el amor de su vida y se ha entregado completamente a la narración de esta disciplina que tantos mexicanos llevan en su corazón: «Amo lo que hago. Yo no lo veo tanto como trabajo a pesar de los treinta y tantos años. Viajar en exceso por las funciones de lucha y todo eso me sigue atrayendo, no decae, por el contrario, llegando se me olvida el cansancio, si comí o no comí. Empieza la lucha y se acabó. Empiezo a sentir el calor del público porque soy un privilegiado, bendecido donde la gente me da afecto. Ahí el papel del Rudo lo entienden perfectamente, saben que es el jugar nada más. Arturo Rivera saliendo del micrófono es una persona normal y en el micrófono es el personaje. Como en la lucha, Rudo es adentro».

Sobre los eventos deportivos que han marcado su trayectoria, el Rudo no duda en señalar el nacimiento de la Triple A por iniciativa de Antonio Peña y cómo éste logró que el espectáculo de la lucha libre evolucionara. Cómo, con gran ambición primero, se propuso hacer una función en la Plaza de Toros México y, a pesar de que, el Rudo le dijo: «Nunca lo vas a lograr, estás enfermo», lo hizo y luego llenó el Estadio Olímpico de Los Ángeles con un aforo de entre doce y trece mil personas.

En su estilo dicharachero, el fraseo es elemental. “Guácala de pollo”, esa que repite cuando gana el bando técnico. “Los rudos, los rudos, los rudos”, la señal de apoyo incondicional al bando malvado. “Tengo miedo, miau”, con la que se muestra risueño ante la amenaza o ante la presencia de una bella edecán. “No vaya a pasar lo que en Caborca”, la frase que de tan enigmática se ha vuelto chusca, que ha repetido cada vez que se avecina alguna tempestad para el bando rudo y que nadie comprende porque nunca ha querido aclarar su significado ni los hechos que acontecieron en Caborca a los cuales se refiere. Faltan, las frases son muchas más y el Rudo Rivera ha hecho de ellas un ancla en que se le reconoce como cronista y con las que ha construido su personaje.

Su relevancia en la cultura popular lo ha llevado a participar, no solo como cronista deportivo en medios escritos, radio y televisión, sino también en programas de variedades o cómicos, en telenovelas, películas y hasta en un videojuego junto con el Doctor Morales. Él, sin embargo, tiene una postura humilde del papel del cronista:

«Yo creo que la gente está muy acostumbrada a las voces de nosotros como comentaristas y ya nos hizo parte de ellos. Nosotros desde nuestra trinchera con el micrófono sí podemos hacer grandes a los luchadores porque lo son: a La Parca, sea rudo o técnico, la ama la gente por cómo se sube al ring, no necesita de crónicas, pero si nosotros le aderezamos al personaje cualidades, que es un buen tipo, que es el único que puede tirarse desde la Torre Latinoamericana, exagerando como podemos hacerlo, ahí vamos creando un súper personaje. Sin embargo, ellos ya por el hecho de subirse a un ring son muy grandes. No cualquiera, eh. Créeme que no cualquiera porque la lucha libre está muy denostada, dicen que se ponen de acuerdo o que la sangre es de mentiras. Escucho eso todos los días y yo respeto los puntos de vista pero creo que tendrían que estar muy metidos en la lucha para darse cuenta de lo real que es».

Estoy muy en contra de que en una crónica estén dando estadísticas, ¡ah, qué flojera me da! Para mí es lo que está pasando, es el presente. No es que un jugador ha pateado veintidós tiros de esquina en los últimos catorce partidos. ¡Me vale! Dime qué está haciendo.

Sin buscar imponer un estilo ha transformado las narraciones deportivas. El deseo de llevar a la audiencia no solo los hechos, sino también de entretenerla, de ponerla en el estado de ánimo idóneo para disfrutar de las luchas ha sido su distintivo como cronista deportivo. Es una profesión demandante en ciertos aspectos, pero gratificante. En sus palabras: «Cuando uno quiere esta profesión de la crónica deportiva sabe que los deportes, los buenos, se desarrollan viernes, sábados y domingos, y si estás en la crónica tienes que estar esos días inmerso en ello. Le tienes que invertir ese tiempo y, con ello, tienes que dejar atrás las fiestas de los hijos. Nunca me imaginé vivir tal aventura, cada cosa que he ido haciendo ha sido un descubrimiento y un agradecimiento al haber elegido esta profesión».

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